

Hasta la fecha, los discos de Los Estanques se distinguían por una presentación sonora elegante, equilibrada, casi pulcra. Sin embargo, en “Uve” (2024) todo me suena como si el cuarteto hubiera tomado sus señas de identidad -un sonido manifiestamente retro, basado en la psicodelia y el rock progresivo, y ejecutado con habilidad técnica endiablada-, las hubieran amasado hasta convertirlas en una bola elástica, y luego se hubiera dedicado a estirar por los costados, a ver qué salía de ahí.
Quizás eso explique que en este álbum las partes duras (“Bienvenidos al circo”, “Damos gracias a Dios”, “Una risa buena, una risa sincera”) suenen más rudas, aceleradas y más salvajes que nunca; y las suaves (“Ven a buscar conmigo”, “Si esto no acaba aquí”, “Suelo ver una niña”) resulten más lentas, más sedosas. De hecho, me quedo con la impresión de que la tensión surge porque buena parte de las guitarras se mantienen aferradas a un hard rock rasposo, mientras que los teclados han aprovechado sus ratos de protagonismo para alejarse de ahí y explorar otros caminos. Y supongo que esa tensión después se ha contagiado a las propias canciones, que aparecen ordenadas como si estuvieran peleadas unas con otras: la mayoría de ellas termina de forma tajante, bien con subidones abruptos o bien con cortes secos. Total que, en conjunto, “Uve” deja una sensación de vértigo constante que, ciertamente, me encanta como ha quedado.
Por otro lado, cuando un cuerpo elástico se tensa por los extremos, lo que queda en medio se deforma y acaba tomando un aspecto inesperado. Quién sabe, a lo mejor de ahí han surgido afortunadas salidas de tono como, por ejemplo, el arranque casi a capella con la escatológica “¿Quién es ese?”. O “¡Ay, que no me pique el tábano!”, que personalmente me suena como si el maestro Enric Granados hubiera trabajado como arreglista de Peret, el rey de la rumba. También sorprende el funk, que asoma en “A quien robé, cómo y qué” o en “Il loro piano”. Además, en esta última pone voz en italiano el batería de la banda, Andrea Conti, quien repite en “Lascia il tuo nome”, el delirio progresivo que cierra el LP. Y no menos progresivo y delirante es lo que suena en “Don Ding-Dong”. Ojo, que si hago recuento me sale que lo que predomina en este disco no son las guitarras ni los teclados: lo que más abundan son las majaradas.
2.. Como suele suceder cada vez que me toca comentar algo sobre Los Estanques, da igual que me estruje los sesos en busca de claves semiocultas, dobles sentidos o referencias insólitas en las que el grupo haya buscado inspiración. Cada vez que le doy al play acabo encontrando nuevas pistas que apuntan a lugares completamente distintos. Así es como me doy cuenta de que no todo es oposición y hostilidad en el álbum, ya que, por ejemplo, los diálogos entre la guitarra y el piano en “Ven a buscar conmigo” o en “Scherzo” son filigranas de deliciosa armonía. O me percato de que no todas las rarezas son inéditas en la trayectoria del cuarteto: Conti ya había cantado en italiano en “Vincenzo il caminante” del LP “Los Estanques” (2019), un disco en el que también asomaban el guitarreo hardrockero (“Joder”) o el funk (“Suerte”). O, al leer una entrevista al propio grupo, me entero de que la inspiración para “Ay, que no me pique el tábano” surgió al escuchar boleros de Los Panchos.
Al final resulta que cada escucha a “Uve” es como una visita a un laberinto de espejos, donde uno se ve rodeado por decenas de puertas falsas, y cada nuevo giro hace que la salida quede más lejos. Pero, como sucede en este tipo de atracciones, el verdadero deleite no se encuentra en alcanzar el final en el menor tiempo posible, sino en perderse en el recorrido una y otra vez.
3.. Pero no todo es confusión en torno a Los Estanques. Por ejemplo, estoy seguro de la extraordinaria capacidad que tienen para comprimir montañas de ideas complicadísimas y conseguir que tomen un formato fácil de digerir: el de píldoras de pop barroco que casi nunca llegan a los tres minutos de duración. Tampoco tengo dudas de su valía como letristas, vista su habilidad para encajar pequeñas historias llenas de surrealismo y esperpento en la compleja musicalidad de sus canciones.
Y también tengo la certeza del alto nivel de madurez que el cuarteto ha alcanzado como banda. En este quinto LP (o sexto, si tenemos en cuenta “Burbuja cómoda y elefante inesperado” (2022), su gloriosa colaboración con Anni B. Sweet) ya tienen plena conciencia de quiénes quieren ser y hacia dónde desean que se dirija su carrera. Tras una serie de discos intachables, podrían haberse acomodado en una línea continuista; sin embargo, han lanzado su trabajo más enrevesado, más experimental. Además, por primera vez han abandonado la autoedición, y han publicado el disco con Sonido Muchacho, casa de grandes proyectos. Desde luego, han arriesgado al tomar decisiones ambiciosas. Pero el resultado ha sido francamente positivo.
A día de hoy no me cuesta encuadrarles en unas coordenadas creativas cercanas a bandas internacionales como The Lemon Twigs, King Gizzard, Black Country, New Road o, más cercanas, como Derby Motoreta’s Burrito Cachimba. Es decir, artistas anclados a un imaginario musical basado en un rock añejo y a priori obsoleto, pero a partir del cual se las han apañado para construir y expandir discursos sonoros ricos y profundamente personales. Además, sin apenas concesiones, fieles a su propia identidad, Los Estanques han logrado situarse como uno de los grupos de rock más respetados del panorama español actual, y desde luego que se encuentran en un punto de popularidad que muy pocos artistas cántabros han alcanzado. Y es un gusto verles así.
David Boring