

“El disco más personal de…” es la típica obviedad de mierda con la que los críticos a menudo agasajan a artistas sobre los que no tienen nada que decir. La expresión misma de la nada personificada sobre el trabajo de un inútil que ha vuelto a firmar una colección de grabaciones envasadas al vacío, empaquetadas y selladas con el logo de alguna multinacional, listas para ser distribuidas junto a la sección de electrodomésticos de tu centro comercial de confianza y rellenar espacios de máxima audiencia, pagando payolas donde Broncano o el enano domador de hormigas. Éxitos instantáneos de usar y olvidar, perfectamente en sintonía con un contexto social en el que el envoltorio importa más que el contenido.
Consciente de esta realidad, ya la portada de El Canto del Cisne es en si misma una absoluta declaración de intenciones. Como si del motivo costumbrista de un lord inglés se tratase, cinco perros de caza desgarran la piel y las alas de un aterrado cisne que trata en vano de alargar su inminente final. Pero no nos engañemos: esto no es Saturno devorando a su hijo. Tanto el cisne como los perros se aferran como pueden a la vida en un mundo que ya no les presta cobijo. Aquí no existe la épica, aquí solo existe el hambre, la ira, el miedo, la carne… la mugre y la furia.
Y tras esos famélicos perros se escuchan los ecos de la voz de su amo. Perdidas en la inmensidad de este jardín antaño idílico, ahora presa de la maleza y el abandono, sus palabras resuenan en el aire como las de un predicador en el desierto. Alguien que estuvo allí cuando todo eran flores, que abraza hoy su camino solitario y que sabe que seguirá aquí cuando ya no queden más que las cenizas; “todo se lo llevará la muerte” entona apretando los dientes mientras escucha los últimos estertores de El Canto del Cisne siendo finalmente devorado.
La aceptación de esta misma muerte como destino es pues el comienzo de esta homilía que sigue con Altamar, en donde el orador se desnuda y muestra su piel ajada por el salitre de la espera junto a la costa. Memoria de un pasado que ya no existe; Baratijas, susurra y suena en tu cabeza como el golpe de un martillo que dispara tus entrañas a 10.000 Años Luz. Allí donde el tiempo se detiene es donde escuchas a la diosa. Su voz de terciopelo te embelesa e hipnotiza. Mentira, todo es mentira, Yo No Soy Lenin te dices a ti mismo mientras la ilusión se desvanece y vuelves a sentir la maleza entre tus piernas. Pero ya no eres hombre, ya no eres más que otro animal de presa, un Jaguar domesticado ante las palabras del ilusionista.
Una explosión artificial y sintética cubre toda la escena. Átomos, transformaciones en la presión del aire, física de partículas y osciladores de ondas. Una esfera invisible que envuelve este planeta y lo aísla de aquello que otros llaman el mundo real. Es el sonido de la ciencia cuando, deformada a placer entre los dedos de tu nuevo amo, se convierte en magia.
He escuchado el disco de PIS y esto es lo que he sentido. Que pase ahora el siguiente a explicarme lo que es un disco personal.
Adrián I