Qué el valor de una banda no se encuentra en la cantidad de gente que va a verla lo sabemos todos los que vamos regularmente a conciertos. Sin embargo, siempre es una alegría ver como quién lo merece va ganando terreno de manera honesta y sincera. Tienen Santero y los Muchachos una canción que lo resume todo:
Te queda el reflejo
Verte bien frente al espejo
Jamás vivir arrastrado, y aun así puñado a puñado, ir ganando público en cada concierto. Gente a la que miras a los ojos y te devuelve la mirada habiendo entendido. La primera vez que visitaron el Black Bird vendieron cincuenta entradas, la segunda lo llenaron, después hicieron Tabacalera, en plena resaca de la pandemia y aun con mascarillas, (como cenicienta, pero dos horas antes). Siguieron sumando aforo en la Sümmum, y triple mortal hasta el grande del ES. Alegría compartida.

Hay algo en Santero y los Muchachos que me conecta. Debe tener que ver con eso de las borracheras tristes y terminar recostado en la barra recordándole a tus amigos que todos vamos a morir y que de esa noche no va a quedar rastro. Tienen algo de bolero de Los Panchos, un algo de Nueva Orleans, un punto trágico, que empuja a hacer arder la vida en cada segundo.










Su último disco en directo ha empezado a poner las cosas en su sitio, sin subirse a la espalda de nadie, pero arropados de buenos amigos, y sobre todo de buenas canciones. La última vez que reseñé a Santero y los Muchachos escribí “estamos a una carambola del destino para que en vez de ser 100 seamos 10.000 y ya no podamos saludarles en el puesto de merchandising”, no me equivoqué en la predicción, pero sí en lo de la carambola. No ha hecho falta que ninguna marca escoja un estribillo suyo para ponerlo en un anuncio. Trabajo constante y un directo impecable, con cada instrumento sonando perfecto, con las voces perfectamente armonizadas, con un show lleno de sorpresas y dinámica, pero sin efectismo.

Dividieron el concierto en bloques, arrancando ya con todo, porque la colección de canciones imprescindibles va creciendo y el público corea desde el primer momento. Para la mitad volvieron al que creo es su espacio natural, el formato íntimo de taberna, bajando las luces en escenario e invitando a los primeros compradores de entrada a compartir tragos. En la recta final demostraron que si quieren también pueden ponerse bien rockeros, para luego bajar la intensidad con un Octubre, dedicado a las víctimas de la Dana, que nos puso los pelos de punta. De ahí al remate, con un re-bis, con los muchachos bailando Break Dance como si estuviesen el Bronx con Run DMC. Impagable.



Fotos: Paloma Pamacor

