Después de cuatro años de espera desde que publicaran su anterior disco, Cada vez cadáver (2021), por fin este 24 de octubre ha salido a la venta El monte de los aullidos, el octavo álbum de estudio de Fito y Fitipaldis, producido por Carlos Raya. Es además el único disco de la banda que no incluye ninguna versión.
El 4 de septiembre, para ir abriendo boca, presentaron Los cuervos se lo pasan bien y, justo dos días antes del lanzamiento, nos regalaron A contraluz. Según contó Fito, esta canción no le terminaba de convencer y quiso descartarla, pero menos mal que Carlos Raya no le dejó: ha sido todo un acierto y se ha convertido en una de las favoritas del público.
En la portada domina la tipografía del nombre del grupo y del disco, y vemos a Fito en una pose introspectiva que transmite intimidad y reflexión. Mantiene similitudes con otras portadas en su estilo visual, e incluye la ilustración de un lobo estilo tatuaje clásico americano. El álbum está compuesto por diez temas —uno instrumental, como es tradición— dedicado esta vez a su perra Ardí. El simbolismo general gira en torno a la lucha interna y externa: el título evoca un lugar de conflicto, de enfrentamiento, tan típico del ser humano que a veces busca adversarios incluso cuando no los hay.
La banda tiene esa capacidad de transmitir emociones profundas con una elegancia única. Fito siempre acierta: la electricidad aparece donde debe y deja que la suavidad te roce. El sagaz y audaz “lobo” te empieza comiendo el corazón para despertarte entre las nubes que arropan al inmortal rockero que te susurra al oído. Como dice el refrán: “Quien con lobos anda, a aullar enseña”. Los que llevamos tantos años siguiéndole disfrutamos a la par de las melodías y de los derroteos rabiosos; amamos el crujir de las guitarras y las baterías en primer plano.
Como decía Manolo Chinato:
Es pequeño y es enorme
Canta como un ruiseñor
Y hace feliz a los hombres
Fito Cabrales, su nombre.

Después de que salieran a la venta las entradas el 29 de abril a las 10 h —y se agotaran en apenas dos horas— recuerdo perfectamente los nervios de ese día. Yo ya les había visto varias veces, pero esta iba a ser la primera vez que mi hija Lara los vería en directo. Lleva toda la vida escuchándolo: tanto, que la primera canción que oyó según salió del hospital al nacer fue una de Fito, Me equivocaría otra vez. Tenía ese CD puesto en el coche.
Conseguí las entradas… y, como ya hizo en la gira anterior, pusieron a la venta otras para el día previo (y nuestro concierto dejó de ser el primero de la gira). Desde aquel 29 de abril esperando… y por fin llegó el día.
A las cuatro de la tarde llegamos al Palacio de Deportes de Santander. Lara quería estar en primera fila. Ya había gente esperando: una chica de Toledo que había estado en el concierto del viernes; una chica de Almería que había venido sola y cumplía años; otros chicos de Toledo; Mateo, que vive en Milán y también venía solo —y además era su cumpleaños— y llevaba 14 años queriendo verlos; un padre con su hijo, Marco, desde Guadalajara; y dos chicas de Santander, Carmen y Caye.
Caye llevaba una pancarta que decía: “Fito, te hice un dibujo a cambio de un beso”. Pero no era un dibujo cualquiera: era un retrato de Fito hecho a lápiz y era una pasada. Lara también llevaba pancarta: “Fito, tu púa. La primera canción que escuché al nacer fue tuya”.

Ese es el plus de los conciertos: conoces gente estupenda, compartes gustos, la euforia del momento… miles de corazones vibrando y cantando al unísono.
Antes de entrar nos cayó algo de lluvia. A las 19 h abrieron puertas y conseguimos primera fila: Lara, mi prima Patta y yo, junto con Carmen, Caye, Mateo y Marco. Lara hizo piña con ellos y daba gusto verles disfrutar cantando y bailando como si no hubiese un mañana, emocionándose también. El grupo alternó sus éxitos con seis temas del nuevo disco.
A las 20:33 comenzó el concierto con una voz que decía: “Atención, todo preparado… subamos el volumen… recibamos con un griterío ensordecedor a Fito y Fitipaldis”. Con el telón bajado e iluminado por un foco se veían tres siluetas: Fito en el centro, Carlos Raya a la derecha y Javier Alzola a la izquierda. Parecía la letra de Un buen castigo: “el demonio a mi derecha y a la izquierda un angelito”. Arrancaron con A contraluz, aún con el telón echado, que cayó justo al empezar el estribillo dejando ver a toda la banda.

El público, totalmente entregado, tenía ya ganas de ver al pequeño más grande y a sus Fitipaldis. Fito tocaba con su guitarra principal de las últimas giras, “Blanquita”, una Fender Stratocaster serie L del 65 repintada en blanco. El cuerpo es el de la guitarra que le regaló Iñaki Antón en tiempos de Platero y Tú, y el mástil se lo regaló Carlos Raya. Todas sus Stratocaster montan cuerdas 11/49 D’Addario Nickel Wound para mantener la estabilidad y afinación, ya que Fito ataca fuerte las cuerdas, usando púas Dunlop 0,96.
“¡Buenas noches, Santander!”, gritó. A contraluz es una canción ágil, con guitarras cortadas y una base rítmica sólida que le da un aire potente y envolvente.
Siguieron con Un buen castigo (de Lo más lejos a tu lado, 2003), con Alzola tocando la sonaja. Luego Por la boca vive el pez (2006), y Me equivocaría otra vez, la canción de Lara. Después llegó Entre la espada y la pared (de Huyendo conmigo de mí, 2014), uno de los temas más destacados de aquel disco, cuyo CD tengo firmado por Fito.
En el turno 6 llegó la segunda del nuevo disco: Los cuervos se lo pasan bien, con varios cuervos de atrezo en el escenario. Es una canción enérgica, con cambios de ritmo y que habla de demonios internos que disfrutan mientras uno sufre.


Dieron paso a la que da título al disco, El monte de los aullidos, una balada clásica que crece hasta el final. Luego Volverá el espanto, para la que usó una acústica Collings. Durante la canción proyectaron imágenes durísimas de una Palestina en ruinas; en ese momento una chica lanzó un sujetador con la bandera palestina pero Fito no se dio cuenta. El tema utiliza metáforas de Las uvas de la ira de Steinbeck, mezclando rock melódico y tristeza.
Continuaron con Cielo hermético (de Cada vez cadáver, 2021). Para esta, Fito tocó su tercera eléctrica, una Jerry Jones que le regaló Carlos Raya. Después A quemarropa, del mismo álbum, cuyo videoclip aparece protagonizado por la hija de Fito. Para esta canción usó su segunda eléctrica, “Polaka”: una Fender Stratocaster serie L del 63 en acabado Fiesta Red que le regaló su mánager, Xavier Arretxe “Polako”. Es una guitarra con más carácter y pastillas de mayor salida y ganancia que Blanquita. Fito animó al público: “¡Vamos, Santander!”. El tema sigue el patrón de rasgueo característico de la banda, con base de rock and roll influenciado por blues y swing.
La siguiente fue Cada vez cadáver, con influencias de jazz y soul. Aquí por fin hicieron un pequeño alto: hasta ese momento habían ido tema tras tema sin parar, aunque tanto Fito como Carlos y Javier no dejaron de guiñar al público. Parecían incombustibles.

Aprovecharon para saludar al público del primer día. El Palacio estaba lleno absoluto y el griterío era tremendo. En primera fila se veía un cartel que decía: “Fito, amigo, gracias por hacerme sentir siempre tan feliz”. Totalmente cierto: a mí sus canciones siempre me han dado muy buen rollo y muchas veces me han levantado el ánimo.
Luego nos pidió que grabáramos el saludo para el público del concierto siguiente, el del día 28 en A Coruña… así que a gritar todo el mundo.
Después de los saludos tocaron Como un ataúd, sonido rápido y enérgico, rockabilly con guiños al rock and roll y un saxo potentísimo. La siguiente fue Acabo de llegar, y hacia el final hubo una especie de duelo juguetón entre guitarra y saxo.
Terminada esta, comenzaron las presentaciones. Uno a uno fueron demostrando su talento:
— Desde Almería, al bajo, gran aplauso para el Maestro Boli Climent.
— Desde Burgos, a la guitarra eléctrica, aplauso enorme para el Maestro de todo lo que tiene cuerdas (¡también toca el violín!), Diego Galaz.
— Desde Gernika, al saxofón y bajo ese sombrero incombustible, el enorme Javier Alzola.
— Desde Málaga, a la batería, el gran Maestro Coki Giménez.
— Desde Valladolid, al piano y teclados, aplauso para el Maestro Jorge Arribas.
— Desde Madrid, en las guitarras, la producción, la atmósfera y la maestría de los maestros: Carlos Raya. Carlos, igual que Fito, cambió mil veces de guitarra: una Gibson ES-335, una Fender Telecaster, una Gibson ES-330 ID semihueca, una Gibson Les Paul y una Fender Stratocaster vintage.

“Desde Bilbao… ¡os quiero muchísimo!”, dijo Fito, y acabaron tocando todos juntos.
A lo largo del concierto fueron tirando varias púas. Nos dijo que éramos el mejor público que había tenido este año… jajaja, ¡sus dos primeros conciertos! Pero oye, el honor ahí queda. Siempre empieza su gira en Santander y es un orgullo.
Tras las presentaciones llegó La casa por el tejado, donde Alzola se lució con un solo de saxo. Después, la más coreada de todos los tiempos: Soldadito marinero. Las luces del Palacio se atenuaron y se encendieron los móviles, precioso. Al final la canción se acelera y todos cantamos esa frase que todo el mundo conoce: “Después de un invierno malo, una mala primavera, dime por qué estás buscando una lágrima en la arena”. En el último tramo solo marcaba el ritmo la batería y ellos se adelantaron para saludar. Fue ahí cuando Fito vio el cartel y el dibujo de Caye y le dijo que sí, que luego… pero, claro, con tanta emoción y todo lo que tiene en la cabeza, se le olvidó. Lo dejaron a un miembro del equipo para que se lo entregara.
Tras la euforia bajaron revoluciones con La noche más perfecta, escenario casi a oscuras y solo un halo iluminando a Fito y a Alzola. Tema rítmico, sensual, con los instrumentos justos. Esta fue la sexta y última del nuevo trabajo en directo.
“Un, dos, un, dos, tres… ¡vaaaa!” y sonó Entre dos mares, canción de Platero y Tú (2000) que Fito versionó en 2017 en Fitografía. “No quiero escaparates, quiero la vida entera”. Tanto Fito como Carlos corrían de un lado a otro del escenario saludando a los extremos y a las gradas.




Llegó la última de la noche: Antes de que cuente diez. Alzola se movía por todo el escenario animando a la gente a balancear los brazos. En el último estribillo, Fito gritó “¡Vámonos, vamosss!”. Todos terminaron tocando juntos alrededor de la batería de Coki Giménez.
Salieron a despedirse, agradeciendo al público mientras sonaba la instrumental de Ardí.
Las canciones del nuevo disco que no tocaron fueron: Marea imparable (pura poesía, letra muy cuidada), Una maldita suerte (swing bailón y enérgico con saxo y guitarra jugueteando), y Mentira y verdad, primera canción que compuso para este álbum, mezcla de rock, blues y sonidos sureños, donde la ficción se vuelve refugio.
Por cierto: ¡Lara consiguió su púa!


Durante todo el concierto la gente cantó, bailó, saltó… había tantas ganas.
Gracias Fito y Fitipaldis por acompañarnos a lo largo de la vida con vuestras canciones.
Tantas negras noches habéis iluminado… tantas lunas.
Gracias.
Noelia Martínez
