Allá por los noventa solíamos decir que Marilyn Manson era la última estrella del rock, y si bien es cierto que han venido personajes carismáticos detrás de él, hay cierto enfoque atado al exceso y la megalomanía que parece haber quedado un poco atrás en estas últimas décadas. O tal vez es que nuestra movida es ahora más madura, y los que la andan liando parda están a otras músicas.
Tras un primer lustro en el que publicó su material más interesante (Entre Portrait of an American Family y Mechanical Animals o Holy Wood), y con el indudable empuje que le dio dejarse aconsejar por Reznor, Manson ha seguido publicando con bastante regularidad discos que no poseían la explosividad de los inicios y parecían indicar un progresivo declive. Sin embargo, de unos años a esta parte, los signos de resurrección son claros, y es curioso como en su momento vital más conflictivo, fuera de su sello y de su agencia de Managment, y con varias demandas por abusos sexuales (resueltas de momento con acuerdos extrajudiciales) haya publicado el que probablemente es su mejor disco en décadas.
En esto de separar la obra del artista, cada uno nos las apañamos con nuestras propias reglas morales, aunque es innegable y evidente que hay una interrelación entre el mundo artístico y la vida del compositor. De hecho, aunque la lírica es ambigua, críptica y oscura, pueden entreverse alusiones que podrían estar referenciando a la situación que ha envuelto la composición de esta colección de canciones.
Como ya ha quedado claro, la fuerza bruta de Marilyn es más efectiva cuando un buen productor lleva las riendas. En este caso ha contado con Tyler Bates, autor de las bandas sonoras de Los Renegados del Diablo o los Halloween de Rob Zombie, así como de 300, Watchmen, el remake de Dawn of the Dead, y el Conan de Momoa, por ejemplo. Con Manson ya había trabajado en Pale Emperor, un punto de inflexión en esa vuelta de entre los muertos de la que hablábamos un párrafo arriba.
Fruto de unas y otras circunstancias, parece claro que One Assassination Under God tiene todos los elementos necesarios para figurar, como decíamos, entre los discos más destacados de su carrera. No sólo porque es una purga pública que da lugar a un líquido negro y viscoso, sino porque esa esencia ha sido transformada en canciones, que en contraposición parecen tener una producción que sin dejar de ser siniestra e industrial maneja los elementos con la sabiduría de quien podría hacer himnos pop si quisiese.
