

Al fin se alinearon los astros para poder ver a Pablo en directo con la nueva formación de trío. Se me había escapado al menos en dos ocasiones en el Niágara y, la verdad, tenía curiosidad por ver cómo sonaban sus canciones con banda de respaldo.
La primera sorpresa es que Pablo se encarga en esta ocasión de la batería. Para los que no conozcan su trayectoria, será bastante pintoresco ver a un batería cantante (no se me vienen muchos ejemplos a la cabeza más allá de Eagles y Carpenters). Los que le hemos seguido de cerca sabemos que Pablo se defiende con igual soltura detrás de un bajo, una guitarra o una batería.
Me encontré predicando la palabra ante unos cuantos amigos que no conocían a The Puzzles. Parece mentira que Pablo tenga que explicar que es de Santander y que la camiseta del Racing de su bajista no es un guiño de equipo visitante. Más de dos décadas picando piedra deberían ser suficientes para que su nombre se anunciase en neones, pero así es la época que nos ha tocado vivir.
El trío empuja y fuerza los límites hacia el rock, con desarrollos instrumentales que me traían a la cabeza en algunos momentos a las jams de Santana. Sin duda, la esencia de la música que ha venido ofreciendo en estos años sigue ahí, pero ahora se muestra con una fuerza inusitada. Estoy muy impaciente por ver el impacto que este nuevo formato tiene en su próximo disco. De momento, seguimos disfrutando de su último EP, Slow Dancing, más calmado.
Tal fue el ímpetu y la entrega, que Pablo se cargó el pedal del bombo, y cuando estaban a punto de rubricar con Jerome, en pie y sin golpes bajos, salieron al rescate Los Zigarros, prestando el de su batería. En estos pequeños detalles una banda se gana el respeto para siempre. Se puede tocar el cielo y seguir con los pies en el suelo.
Respiro de alivio e impagable fin de la primera parte de la fiesta.




Aunque en principio me sorprendió mucho la distancia temporal entre el final del concierto de Pablo y el inicio previsto para Los Zigarros, luego lo comprendí todo. En la zona de casetas de la plaza del productor porno Alfonso XIII estaban tocando Los Gordini. Estuvimos dándole a la cerveza y los pinchos, con su repertorio de versiones como muy agradable fondo. A destacar el guiño “¿Qué demonios hago yo aquí?“, que comenzó a calentar el ambiente para lo que se nos venía encima.

Tengo a mis amigos más fans de Los Zigarros un poco enojados y quejumbrosos porque “ya no es lo de antes”. Mi punto de vista es algo distinto, porque disfruto más de las bandas que van variando poco a poco con el tiempo que de las que repiten la misma fórmula hasta que se gasta. De cualquier manera —y esto sobre todas las cosas—, creo que un músico tiene que ser honesto consigo mismo y salir al escenario a cantar su verdad. Me parece difícil, si no imposible, que esa verdad sea la misma después de diez años de carretera.
A esto se suma que mi enamoramiento con Los Zigarros ha sido progresivo, y han pasado paulatinamente de ser un grupo que me resultaba simpático a convertirse, para mí, en una de mis mayores referencias de rock cantado en castellano.
Dicho lo cual… que no todos los temas sean rock and roll acelerado como si Tequila fuesen pasados de anfetas, y que ahora haya más momentos al piano es, desde mi punto de vista, un plus que hace al show más dinámico e interesante. Así que A todo que sí, su último disco, me parece una maravilla.
La hora y cuarto que estuvieron sobre el escenario fue intensa de cojones. Hablamos de manera reiterada esta semana de ese punto de madurez que alcanza una banda cuando todos los temas de un set son hits, y cuando acaban te pones a recordar las que no han tocado y te da para otro concierto entero. Pues eso. De cantárselo todo. Lo tienen todo: riffazo, energía, actitud y estribillazos superdivertidos de corear. De nuevo, A todo que sí.
Creo que no hay mayor piropo que echarle a un concierto que salir dirección a casa mirando la hoja de gira, por si vuelven pronto cerca.




Si cuando las cosas se hacen mal nos ponemos pesados repitiéndolo, creo que es justo reconocer que este ciclo de La Porticada es un acierto. Estilos diversos y buena dinámica entre grupos de aquí y de allá. Ojalá siga siendo protagonista en las fiestas de Satán durante muchos años más, y si ya metiesen una noche de metal, pues mejor que mejor.
Foto de The Gordini – Elena Cifrián