

Si uno mira cronológicamente las portadas de las revistas heavies de los noventa pareciera como si una nube oscura llamada Grunge hubiese ocultado el metal melódico durante la primera mitad de los noventa y luego, ya a finales hubiesen resurgido cabalgando desde una loma y con el sol a sus espaldas, como Gandalf en la batalla del Abismo de Helm.
En realidad no sucedió así. Es cierto que hubo una reinvención del rock, y que el foco estuvo durante algunos años en los buenísimos discos que estaban haciendo grupos como Alice in Chains, Pearl Jam, Nirvana, Soundgarden, Faith no More o Stone Temple Pilots, y que hubo extraños intentos por parte de algunos metaleros de subirse a ese carro, pero también es cierto que fuera del relumbrón otros grupos siguieron trabajando en sus escenas y sonidos; no desapareció el AOR, no desapareció el Progresivo, y por supuesto siempre hubo Heavy Metal.
Piensa que el Somewhere Far Beyond de Blind Guardian es del 92, Running Wild continuaron a su bola a disco cada dos años, y aunque Helloween pasaba horas más bajas aportaron buenos discos, y tuvimos a Gamma Ray como Bola Extra. Incluso si interpretamos que Manowar hicieron un hiato hay que decir que el Triumph of Steel es del 92 y Louder than Hell del 96, cuatro años en perspectiva no son nada. A pesar de lo dicho, es verdad que en la segunda parte de los noventa confluyeron un montón de nueva bandas con sangre fresca; Hammerfall, Rhapsody, Edguy, Kamelot… e incluso aquí tuvimos a Avalanch, Tierra Santa o Mägo de Öz como ejemplos de contrataque Heavy Metal Patrio.
Stratovarius es el caso arquetípico de banda que empieza en una época difícil y consigue su sitio esperando a que las modas cambien. Se forman en el 84 en plena ebullición del Metal Alemán y publican su primer álbum en el 89, es en parte por eso que sus cuatro primeros álbumes no son tan populares. El otro motivo es sin duda la entrada de Timo Kotipelto como cantante, dejando a Timo Tolki centrado en sus labores de guitarrista; doble acierto. Con Fourth Dimension comienzan a encarrilar su nuevo sonido, arrancan interesantes giras y enseguida hacen más cambios entrando Jörg Michael (Ex-Rage) a la batería y Jens Johansson a los teclados. Episode sería un éxito como la banda no había conocido hasta el momento, pero sólo el preámbulo de lo que vendría a continuación y que es por derecho propio uno de los discos más importantes de su estilo en esta década.
El arranque con la dupla The Kiss of Judas y Black Diamond ya deja claro que habían encontrado la fórmula perfecta. Voces melódicas en la escuela clásica de Kiske, solos vertiginosos con aire neoclásico, carreras de teclado con sonidos de clavicordio sobre cabalgadas de doble bombo y sobre todo estribillos memorables. El Power Metal estaba de vuelta en el foco. El disco continúa sin ningún tipo de descanso, combinando medios tiempos con temas más rápidos, pero siempre con una gran épica y melodía. El instrumental Holy Light muestra a las claras todas las cartas de su baraja. En la recta final se encuentran algunas de las favoritas de sus fans como Paradise o el inevitable baladón Coming Home. Ponen el broche con la canción más progresiva y de mayor duración que habían escrito hasta el momento Visions, dando nombre al disco. Una fórmula que repetirían en trabajos posteriores incluyendo temas largos como Infinity o Destiny.
Stratovarios alcanzó su pico en estos años, y luego pasaría momentos difíciles y de reajuste por los problemas mentales de Timo Tolki y su salida de la banda. Lo publicado en los últimos años sigue manteniendo un buen nivel, pero la fórmula muestra algo de agotamiento, y para algunos oyentes ya contaron todo lo que tenían que contar. Sin embargo, si tras esta reseña y la reescucha de Visions te da por repasar los más recientes, encontrarás que aunque efectivamente no les quedan muchas sorpresas en la chistera, sí que son capaces de seguir hilando buenas canciones, y con eso tal vez debería de bastarnos.