

False Pretense
Ya en YouTube y Spotify apuntaban maneras, pero en directo dieron un salto cualitativo. Lo suyo es una mezcla donde el punk se enreda el grunge, y hasta con la NWOBHM, parece haber guiños claros a los solos de Iron Maiden. Incluso se marcaron una pedazo de versión del Plug me Baby de Muse, más alucinante aun teniendo en cuenta que cuando salió ese disco apenas habrían nacido. El guitarrista dispara riffs con precisión quirúrgica, pero lo hace sobre un sonido limpio, más cercano al heavy clásico que al hardcore o al punk sucio. La gran sorpresa, sin embargo, fue la voz. Su cantante no juega a imitar el típico timbre desgarrado: es una voz versátil, melódica, con giros que recuerdan más a Pink o incluso a The Cranberries que a las referencias habituales del rock alternativo patrio. Y aun así, encaja sin fricciones en la propuesta metal-punk de la banda. Ese contraste dota a False Pretense de una personalidad difícil de encasillar, lo que convierte a su directo en un descubrimiento que pide repetición.
Mourn
Con una formación casi calcada —bajo, dos guitarras y batería—, Mourn demostraron que las similitudes terminan ahí. Lo suyo es otro mundo: dos voces femeninas dobladas en la misma melodía, una técnica típica del pop punk californiano y del skate punk noventero que aporta crudeza y armonía a partes iguales. Suenan más cercanas a Dover que a ningún otro grupo nacional, aunque también se dejan notar ecos de Blink-182 en la forma de entrelazar líneas vocales y guitarras. Lo mejor es su capacidad camaleónica: tan pronto atacan un tema ligero y desenfadado como se zambullen en riffs densos, casi cercanos a un Rage Against the Machine minimalista, o abandonan las guitarras y se hacen un tema con bases, bajo y batería. Esa versatilidad crea desconcierto en el buen sentido: hay momentos en los que parece que han cambiado de grupo entre canción y canción. Y precisamente eso es lo que engancha: que no se conforman con un estilo cómodo, sino que buscan abrir grietas y explorar terrenos fronterizos.

Xoel López
Aquí, confieso, esperaba un “puente” hacia el desparrame de Ladilla Rusa. Y sí, los prejuicios me jugaron una mala pasada. Xoel arrancó con una balada indie correcta que parecía confirmar lo esperado. Pero entonces todo cambió: con apenas una mirada a la batería, la segunda canción viró hacia ritmos bailables, incluso latinos, que encendieron al público y desmontaron cualquier idea preconcebida. A partir de ahí, su banda fue creciendo: coristas, vientos, guitarras orquestales… El punto de inflexión llegó cuando Xoel dejó la guitarra y se lanzó a jugar con sintetizadores y vocoder. El concierto mutó de cantautor indie a una experiencia casi experimental, rica y arriesgada, como un barco que cambia todas sus tablas en pleno viaje y llega a la otra orilla siendo otro. De Xoel a Deluxe. Fue, sin duda, para mi, la sorpresa de la noche, demostrando que no hay nada más potente en un festival que derribar prejuicios en tiempo real.

Ladilla Rusa
Llegaban con los deberes hechos: sus temazos circulan por todas partes, y su universo post-kinki ya es reconocido. Pero verlos en directo es otra cosa. Con una escenografía mínima —una pantalla y un par de muñecos animados estilo Padre de Familia—, consiguieron montar un espectáculo memorable. Más allá del meme y de los hits como KITT o Macaulay Culkin, Ladilla Rusa han construido una mitología lúcida que retrata la precariedad juvenil, el universo LGTBIQ+ y un nihilismo generacional que conecta con cualquiera que se haya sentido fuera de lugar. Su fuerza está en esa capacidad de transformar lo popular en denuncia, lo absurdo en mensaje y lo cotidiano en iconografía. Son uno de los proyectos más completos de la escena actual: fiesta, crítica social y construcción de un lenguaje propio que trasciende lo anecdótico.

Conclusión
Lo que parecía un cartel ecléctico acabó siendo un viaje perfecto: False Pretense con su híbrido metal-punk y una voz única; Mourn alternando entre pop punk ligero y densidad grunge; Xoel López rompiendo moldes y mutando de baladista a experimental; y Ladilla Rusa cerrando con fiesta, denuncia y mitología post-kinki. Fue una noche de contrastes que funcionó porque todos supieron sorprender. Y si algo quedó claro en el Soundcity es que, más allá de los estilos, lo que importa es esa capacidad de emocionar, incomodar o hacer bailar al público. Y eso, en los tiempos que corren, no es poca cosa.
Texto: Iñaki Lecuna
Fotos: Sonia Toledano
Vídeos: Oskar Sánchez, Manolo Rockcity y Juanma Pinto