

Decían hoy estos que hará veinte años que no tocan juntos. Veinte, ¿eh? Cuando te paras a pensar que eso es sólo desde 2005, te das cuenta de que es posible que tengan razón. La vida te va metiendo en líos, y por mucho que en mi cabeza Juan No y Lunática hayan ido muchísimas veces de la mano, puede que de todo aquello hayan pasado ya dos décadas.
Por eso, también, el cartel era especial. Un añadido al planazo del vermut en Los Bancos, con bocadillos de lomo y patatas a la riojana de tapa.





Tanto Asma como Lunática están al borde de estrenar disco, probablemente a la vuelta del verano. En el caso de estos, grabado ya hace un año, y con más canciones nuevas haciendo presión para encontrar pronto su hueco.
El calor infernal no pudo con ellos: sobrevivieron a un repertorio con bastantes temas animados (pese a que, como comentaba Juan, vienen del slowcore). Parece que están tomando una dirección con canciones más concretas y menos ambientales y noise —siempre tuvieron también esa vía abierta—, pero, al menos hoy, fueron mayoría. Incluso con algún tema coreable, al borde del estribillo.
El show fue cercano y espontáneo, como un ensayo con público. En tiempos de perfección e IA, se aprecia más cuando un humano te mira a los ojos, se descojona y se encoge de hombros si la lía. Repetiré esto una y mil veces: tenemos grupos diez-mil-veces mejores que otros que van colgándose medallas en los festivales multitudinarios. Y si nadie más les descubre, pues mejor para nosotros.
¿Qué decir de Lunática? Pues que me sigue costando mucho comprender cómo no son una de las bandas más valoradas de la escena rock del país. Sé que nunca ha sido su prioridad crecer, y que siempre se han mantenido fieles a sus inquietudes, sin hacer el más mínimo esfuerzo por encajar en ninguna etiqueta de moda. Aun así, he visto mucho de todo, y no hay tantos que suenen tan engrasados como estos.
Pero lo que os decía de Asma: nosotros lo sabemos, y el que no se entere, que espabile.
Concierto en familia, sonido impecable, temazos que ya son clásicos y unos pocos de los nuevos asomando la patita. Un lujo. No me canso de verles, y de sentirme afortunado por tenerles como amigos.



En el postconcierto, con la charla en las mesas de fuera, volvíamos a darnos cuenta del valor de tener a mano un sitio que podamos gestionar a nuestra manera. Un lugar que mantener y defender, no solo como salvaguarda cultural, sino como espacio de reunión, al margen de los circuitos mercantilizados.