Me imagino a Los Estanques y el Canijo en el backstage de algún concierto de algún festival, de fumata grupal, improvisando canciones de Los Chichos, y de repente alguien pega un golpe en la mesa de madera y propone, me-cagüen-dios, hacer un disco.
Se que el inicio fue más prosaico, y en realidad contactaron por redes sociales, con un interés mutuo en el rock progresivo por parte del Canijo y en la rumba flamenca setentera por parte de Iñigo y los Estanques, pero a mí la realidad no me jode una buena historia. La convivencia en el escenario es tan orgánica que cuesta pensar que no llevan juntos toda la vida.
La apuesta de Los Estanques por esta colección de discos a medias (segundo capítulo, de esperemos una larga saga), nos está llevando a lugares insospechados. Si con Anni retorcían el pop en su licuadora psicodélica, ahora cruzan por la puerta que abrió Camarón en la Leyenda del Tiempo y se adentran en una época en la que el flamenco, el jazz ácido y el funk se entrelazaban de manera maravillosa.


Nunca he sido muy fan de Los Delinqüentes, ni por tanto he seguido mucho la carrera de El Canijo, pero este choque de trenes nos ha permitido disfrutar de un animal de escenario, de esos que te meten en su movida, por mucho que te resistas.


El show comienza ya arriba, con el camarógrafo saliendo de un ataúd (estaba de parranda), y el Canijo fumándose una ele de veinte papeles, doy fe por el olor de las primeras filas que no era de atrezzo. El humo inunda el escenario y poco a poco se adueña de la música. Rumba, palmas, moog, solos que echan fuego, líneas de bajo como las que ya no se escuchan, coros con inesperados arreglos de soul de Filadelfia, bombo grande y mucha caja. Ya estamos dentro, y yo que pensaba que este disco me había gustado menos.


Como también reservo un sitio especial para Triana en mi corazón, esa frase con la voz quebrada me resulta muy emocionante. Saludan a sus padres, tocan el cencerro, presentan a la banda, con detallazo especial para su pipa, que se une a la fiesta con una rumba en la que la banda se une a las palmas. Eso no es trabajar, es estar de fiesta con amigos, él mismo lo dice.

Alzan la vista al cielo para acordarse de Robe, de Queen y de los Beatles. Por ese camino vuelven a casa con un par de inevitables de sus repertorios, A la Luz del Lorenzo de Delinqüentes, Volar Sin Alas del Canijo y de Los Estanques La Aguja, Soy Español pero Tengo un Kebab y Mr. Clack aunque en esta última todo se desboca en una maraña extravagante ante los ojos atónitos de los que venían con intención de bailar “Son Ilusiones”. El tiempo se detiene.



Agradecen una vez y otra el recibimiento en casa. Esta semana ha sido grande en el Escenario, una y otra vez demostramos el talento que nos rodea, grupos de casa, que vimos crecer y convertirse en gigantes. Nos vamos contentos y orgullosos.



Oskar Sánchez
Fotos: Paloma Pamacor y Oskar Sánchez
