

Recuerdo ser un quinceañero a mediados de los 80 y pasarme muchas tardes de sábado viendo los conciertos que daban en Televisión Española —sí, entonces ponían música en la tele—. Pues estos conciertos casi siempre eran en Wembley, el famoso Live Aid. Dire Straits, Eric Clapton, Queen, Eurythmics, Genesis, Tracy Chapman o Sting eran los protagonistas, en esa época de mi adolescencia en que se me despertó el gusanillo del rock (aunque en mi caso, más que un gusanillo, es una anaconda). Esos conciertos en Wembley, en el Royal Albert Hall y en Hyde Park marcaron una época para mí. Y, desde entonces, siempre tuve el sueño de poder ver un concierto ahí.
Llevaba ya unos años intentando venir aquí —Foo Fighters, The Who, Pearl Jam—. Hace dos o tres cumplimos el sueño de ver a Pixies y Pearl Jam en Hyde Park, otro de los escenarios que yo tenía mitificados en mi infancia.

Así que podréis entender que, cuando surge la posibilidad de ver a Coldplay en Wembley (diez noches llenando un estadio de 85.000 espectadores) y que, cuando por fin accedí al estadio, que tenía un aspecto formidable, no pude reprimir unas lagrimillas. Lo siento, yo soy así: tengo este defecto de darle mucha importancia a los detalles pequeños.
Uffff… Wembley. Se me llena el pecho de emociones pronunciando este nombre. Y, además, Coldplay, uno de los grupos a los que más recurro para esta mala costumbre tan personal y tan friki que tengo de asociar canciones a los sentimientos, momentos, emociones y personas.

El escenario de Coldplay para este Music of the Spheres Tour era un espectáculo, con una pasarela lateral para aprovechar ese concepto de anchura que te da un estadio y otra frontal que avanzaba unos 40 metros hacia el centro del campo, donde tenían preparado otro mini stage más pequeño y redondo. A la entrada del espectáculo nos habían colocado dos pulseras con luces LED por control remoto, que se suponía iban a iluminar toda la grada y el campo. Y vaya si lo hicieron.
A las 20:15, hora prevista del inicio del bolo, los nervios en la grada eran más que palpables. Decir que estábamos acomodados en una preferencia arriba del todo, como un décimo piso, calculaba yo, fueron de las que conseguimos y no estaban mal de precio, unas 70 libras. Y, como yo le decía a mi hija Deva, más allá de la ubicación, lo importante es estar dentro.
Había estado lloviendo toda la tarde —lluvia londinense—, pero a pesar de ello, a las 19:30 escampó, y los pipas, cual grumetes de barco baldeando la cubierta, se encargaron de secar por completo todo el escenario.


Comenzó una intro instrumental (Light Through the Veins de Jon Hopkins) mientras se iluminó todo el estadio y aparecieron las esferas que dan nombre a la gira en las pantallas. Pero ellos no acababan de aparecer: se estaban haciendo de rogar. A las 20:25 comenzaron a subir por una rampa lateral visible desde nuestra posición. A las 20:30 ofrecieron un video de concienciación ecológica y, en ese momento, aparecieron dos presentadores para introducir el evento.
Y mientras sonaba la melodía de E.T. El Extraterrestre, y como si fuera una película de Disney, saltaron al escenario como si estuvieran en una nave espacial: Guy Berryman al bajo, Jonny Buckland a la guitarra, Will Champion a la batería y el inefable Chris Martin al piano y voz.
Empezaron con Higher Power, mientras Martin corría por la pasarela de adelante a atrás sin parar, luciendo una camiseta azul sin mangas, como acostumbra, al mismo tiempo que la iluminación de las pulseras era una locura. Tras Adventure of a Lifetime llegaba el turno de uno de sus hits, que de estos habrá muchos, porque tienen un montón: Paradise, para la que pidió la colaboración del público para corear los “Uhh Uhh” del estribillo, mientras él se sentaba en el suelo en mitad de la pasarela a cantarla y pedía palmas al final.
Se sentó al piano para tocar The Scientist (la estoy oyendo en este momento en mi tocadiscos), una canción con la que ya se me cayó el alma a los pies. Es muy especial, y solo tres o cuatro personas en el mundo saben lo que significa para mí. Al finalizar el tema habló para desearnos una Wonderful Night. Según el diseño del show, cerraban la primera parte, titulada Planets, para comenzar un segundo tramo del show que denominan Moons, y que comenzaba con Viva la Vida, para la que se fueron al mini stage del centro del campo, mientras una banda de violinistas cubría toda la pasarela. Los “Ohhs” de este tema fueron la hostia.
Siguieron en el centro con Hymn for the Weekend, sin artificios, solo música, como para demostrarnos que, por encima de los láseres, las luces LED y los drones, solo siguen siendo músicos. Aunque, al final del tema, no pudieron evitar soltar confeti y unas llamaradas.
Martin se quedó solo en el escenario del medio, sentado al piano, y aprovechó para charlar un rato, saludando a todas las parcelas de Wembley y dándonos las gracias. Antes de cantar Evenglow, se acercó a la primera línea, donde había gente con carteles, y reparó en una chica con un cartel que decía que había intentado subir a cantar con él en dieciocho conciertos y nunca lo había conseguido. Martin lo leyó y le dijo: “Pues hoy vas a subir”. También aprovechó para saludar a la gente de los distintos países que se encontraban en Londres esa noche: Argentina, Suiza, España… y, por fin, tocó Evenglow. Y la chica, sentada a su lado al piano, terminó llorando a todo poder.
Volvieron a la iluminación de las pulseritas para Charlie Brown, donde se acomodó una guitarra acústica de tres cuartos. Charlie Brown es una canción que no han tocado todas las noches en Londres, pero que es un temazo. Pero claro, estos jambos han llegado hasta aquí a base de temazos.
Para terminar este segundo tramo del bolo llamado Moons, Wembley al completo se iluminó de amarillo para tocar Yellow, la canción de mi madre. Yellow me hizo llorar un buen rato; es otra canción muy especial para mí, la canción de mi madre… y de nuevo solo dos o tres personas saben por qué. Tremenda Yellow. Me hizo pasar un rato muy emocional.
Volvían al escenario principal para iniciar el tercer acto, Stars, para lo que sacaron unos Muppets y un coro vocal llamado The Pink Singers, considerado el coro LGTB+ más antiguo de Europa, para acompañarles en Human Heart. En este tema metió bastante caña y aprovechó para lucir una bandera palestina. “People of the Pride” fue la siguiente y estuvo dedicada a este colectivo, pasando distintas banderas arcoíris por las pantallas.
Martin volvió a sentarse al piano para Clocks, y siguió sentado al piano haciendo alarde de su virtuosismo en We Pray.
En Infinity Sign subió a Elyanna a cantar con ellos, una cantante palestina que les está acompañando en estas noches londinenses.

A continuación se pusieron unas caretas de alien y se trasladaron al escenario central para tocar Something Just Like This, para la que contaron con la colaboración especial de los DJs The Chainsmokers. Hizo el paripé de subir a un segurata con sobrepeso al que colocó la máscara alien, y el jambo comenzó a bailar como un experto breakdancer, para seguir manteniéndolo en el escenario en My Universe, una canción que, como la anterior, también cuenta con una base electrónica.
Llegaba el momento de A Sky Full of Stars. Qué decir de esta: otro temazo, otra canción muy especial para mí. Probablemente la canción más alegre que conozco. Con Coldplay se da la paradoja de que tienen la que para mí es la canción más triste que conozco (The Scientist) y la canción más alegre que conozco (A Sky Full of Stars). Poder bailar esta canción con mi hija Deva, ufff… fue uno de los mejores momentos de mi vida.
El momento final se acercaba. Con A Sky Full of Stars cerraban el tercer acto (Stars) y daban paso al cuarto y último tramo del concierto, que habían denominado Home y que empezaron con Sunrise, para la que volvieron los cuatro al centro mientras Davide Rossi, un prestigioso violinista, interpretaba a la par que recitaba unas frases de Wonderful World de Louis Armstrong. Cruzaron todo al campo, pasando el segundo escenario y llegando a un tercer escenario casi en la otra portería, el cual tenían habilitado y del que no nos habíamos dado cuenta. Y nos tocaron Sparks, sin artificios, solo música, para la que Martin usó una acústica de tres cuartos. Esta parte me recordó mucho a la gira de U2 del Zoo TV, cuando los vi en el 93. Martin nos dio un pequeño speech antes de tocar Up & Up, un tema que no tocaban en directo desde 2017 y que se la dedicó con mucho cariño a los hermanos Liam y Noel Gallagher. Parecía que el final ya se acercaba, sobre todo por el discurso de agradecimientos tan largo que dio, incluso aprovechando el ínterin para presentar a la banda. Y la comenzó Martin solo con la acústica, para aprovechar este tema Buckland, el guitarrista, del que Martin dijo que era el nuevo Rory Gallagher, para lucirse con un solo, utilizando incluso el slide, estando el batería sentado sobre un cajón flamenco en este tercer stage más diminuto.
Martin se quedó en solitario con la acústica de tres cuartos en el escenario tres mientras los demás le abandonaban para tocar The Jumbotron Song, la cual aprovechó para improvisar al más puro estilo de las coplas de Rabel. Y mientras, la cámara enfocaba a gente aleatoriamente.
Con Fix You volvió al escenario principal en lo que es uno de sus mayores hits (otro), mientras las pulseritas se iluminaron en amarillo.
Para Feels Like I’m Falling in Love nos mandó ponernos unas gafas 3-D que también nos habían facilitado a la entrada. Esta canción funciona de cojones en directo por los “lalala lalalas” que tiene, además de que se hizo acompañar de un coro vocal para ayudar con el estribillo.
Y cuando parecía que el concierto ya estaba terminado, todavía volvió a sentarse al piano para tocarnos All My Love, únicamente él y en solitario. Tras All My Love, se despidieron entre una atronadora ovación, mientras por las pantallas pasaban unos títulos de crédito con toda la gente involucrada en la producción, como si de una película de cine se tratara, mientras la banda, tras algo más de dos horas, abandonaba este Escenario de los Sueños que fue, para mí, Wembley.
Tras esto, no nos quedó más remedio que abandonar con tristeza este estadio que me hizo tan feliz. Siguiendo los carteles de Exit, bajamos, bajamos y bajamos escaleras. Joder, parecía que estábamos en el cielo por la pila de escalones que tuvimos que bajar. Al llegar abajo había habilitados contenedores para devolver las pulseritas LED; algunos las devolvían, otros no. Según habían anunciado durante el bolo, en Wembley se estaban devolviendo el 84% de las mismas.
Una vez en la avenida que te lleva desde Wembley hasta el metro (unos 800 metros, aunque como allí manejan el sistema imperial inglés, digamos que 875 yardas), la noche aún nos tenía preparada una última sorpresa. Estaba tan inundada de gente que los Bobbies, con una organización superlativa y mucha educación, se encargaban de dar pasos por grupos de centenares de personas, para no colapsar tanto la avenida como la estación de metro. Pero, en un alarde de originalidad, estos mismos Bobbies, desde un punto elevado, se habían encargado de instalar un altavoz en el cual sonaron una vez más algunos temas de la banda. Así, fue emocionante vibrar una vez más escuchando Yellow desde el altavoz, coreada por miles de anglosajones, e incluso bailar un poco al ritmo del Y.M.C.A. de Village People. Fue una pasada como cierre de la velada.
No sé qué decir para finalizar este texto. ¿El mejor concierto al que he asistido en mi vida? Probablemente. Y por muchas razones:
- Porque es Wembley.
- Porque es Coldplay.
- Porque asocio sus canciones a muchos momentos y emociones especiales en mi vida.
- Por verle al lado de mi hija Deva.
- Por The Scientist, la canción más triste que conozco y que es tan especial para mí.
- Por Yellow, la canción de mi madre.
- Por A Sky Full of Stars, la canción con más buen rollo que conozco (cuántas veces la escuchamos con Deva antes de los partidos gordos del B.M. Torrelavega y de la Selección Cántabra).
- Porque es donde Koeman marcó aquel gol en el minuto 111 (20 de mayo de 1992).
Pero por encima de todo, por encima de si es el mejor concierto de mi vida, por encima de las emociones a flor de piel que me hicieron sentir esa noche estos cuatro londinenses, hay una cosa que tengo muy clara:
Y es que a este grupo le tengo que volver a ver.
Gracias, Coldplay.
Volveremos a vernos.
Manuel Quintana Ortiz. (Manolo Rock City)
Londres 3 de Septiembre de 2025.