

Prehistoria, doom y muerte rápida: el fin del mundo fue antes de que empezara
Hay discos que no son solo discos. Hay algunos que no buscan canciones, buscan viajes. Y luego está Extinción, lo nuevo de Bifäz, que no es exactamente un viaje… es un mal viaje. Y lo digo como elogio. Un viaje a través de la prehistoria más oscura, esa que no aparece en los libros de texto: violenta, sucia, tribal, con más sangre que evolución. Y lo mejor es que todo eso se entiende solo con la música.
Lo primero que salta es la variedad de estilos. Aunque el envoltorio parece doom –y lo es–, hay pasajes stoner, sludge, atmósferas tribales, estructuras más propias del drone o el post-metal… Y a pesar de ello, el disco tiene unidad conceptual y estética. Todo está al servicio de una idea: la brutalidad primigenia.
“Cult” y “Sed de Sangre”: del ritual al caos
El primer tema, Cult, abre el disco con una mezcla stoner doom onírica, casi como si estuvieras iniciando un ritual de trance con tu tribu en torno al fuego. Hay algo hipnótico en sus riffs. Pero todo cambia cuando suena Sed de Sangre: el trance se rompe, entra la paranoia. Como si el viaje se torciera, como si algo te acechara entre la maleza. Es un cambio incómodo, brutalmente efectivo, porque musicaliza algo que muchas veces solo se puede decir con gritos: el instinto de supervivencia, el miedo a ser devorado.
Ahí Bifäz parece asumir una visión hobbiana del mundo: el ser humano, en estado natural, no es noble ni espiritual, es un animal al acecho. La música aquí no es solo banda sonora, es ideología distorsionada, y eso es difícil de hacer sin parecer pretencioso. Ellxs lo logran.
“Extinción”: belleza catastrófica
El tema central, Extinción, no es ni tan onírico como Cult ni tan salvaje como Sed de Sangre. Es la catástrofe hecha música. Una atmósfera más abierta, expansiva, casi bella… pero sabiendo que lo que estás viendo es el fin de todo. ¿Una lluvia de fuego? ¿Un meteorito? ¿Un hongo nuclear anacrónico? Da igual. Lo que transmite es esa mezcla entre lo sublime y lo inevitable. Lo escuchas y sabes: la vamos a palmar, colega.
Musicalmente, este es el tema más equilibrado del disco: riffs pesados pero contemplativos, distorsión con espacio, una batería que suena más a ruina que a ataque. En el centro del disco, resume todo el concepto: somos polvo, fuimos piedra, seremos ceniza.
“Muerte Rápida”: sílex, ejecución y Juego de Tronos
Lo que sigue es Muerte Rápida, un interludio brutal que hace honor a su nombre. Suena a golpe seco, como una ejecución sin previo aviso. Breve, afilada, directa. Como cuando en Juego de Tronos mataban a un personaje principal de forma inesperada y brutal. Si Extinción era el apocalipsis desde el cielo, esto es la violencia cara a cara, la hacha en la garganta.
La batería, el riff y la producción suenan como una ejecución tribal, sin heroísmo ni épica. Solo muerte.
“Menhir” y “Dolmen”: construir y recordar
En Menhir recuperamos el tono doom, pero con un punto más mecánico, casi como si estuviéramos escuchando la construcción de una pirámide en clave paleolítica. El ritmo de batería golpea como un martillo, el riff arrastra toneladas de piedra. Da la sensación de estar presenciando un acto colectivo, arcaico y brutal: levantar piedra como símbolo de poder.
Podría haber influencias orientales en las escalas usadas, algo modal, pero siempre manteniendo ese tono primitivo. Es como si el monumento no fuera sagrado, sino una advertencia.
Luego llega Dolmen, que parece el reverso espiritual. Más ambient, más reverberación, más efectos como delay y flanger. Parece una ceremonia chamánica, pero sin dejar de recordarte que estás en la misma época de salvajismo. La letra (si la entiendes o lees) habla de miedo, de huida, de presagios. El ritmo va mutando, y hacia el final se vuelve frenético, casi como un chamán enloquecido golpeando tambores con furia.
“Menhir” y “Dolmen”: construir, poseer, colapsar la cueva
Menhir y Dolmen son, probablemente, los dos cortes más exploratorios e híbridos del disco. Parten del doom, sí, pero lo que hacen con él es otra cosa.
En Menhir, lo que se percibe es una construcción: los tempos son lentos, pesados, casi mecánicos. La batería golpea como un martillo constante, y los riffs arrastran como si movieran una piedra de varias toneladas. Pero de fondo empiezan a asomar elementos que no vienen del doom: acentos, fraseos y estructuras rítmicas propias del thrash o del d-beat. No están al frente, pero están ahí, como si en la caverna donde se construye el monumento se hubiera colado el fantasma de otros estilos más veloces y agresivos.
En Dolmen esto se radicaliza. Comienza más espiritual, con efectos de delay, flanger y reverb que parecen situarte en un trance chamánico. Pero de pronto, el chamanismo se descontrola. Entra una energía violenta, tribal, repetitiva, donde las baterías no suenan como en un disco de doom, sino como si hubieran sido robadas de una demo crust mal grabada, pero insertadas en una mezcla atmosférica. Y ese contraste no es casual: es parte de lo que hace único y perturbador este tramo final.
En estilos como el d-beat o el thrash, la batería suele estar muy al centro, seca, agresiva, sin dinámica, como una caja de ritmos a transistores. Aquí, en cambio, la mezcla doom sigue presente: ambiental, reverberada, con aire. El resultado es rarísimo pero intencionado: parece que la batería está fuera de lugar, o mejor dicho, fuera de control. Como si el chamán se le fuera la puta cabeza y se pusiera a tocar los tambores del ritual con una intensidad brutal, poseído. Y eso crea una sensación sonora tremenda: como si la cueva se fuera abajo.
Ese choque entre el espacio amplio del doom y la agresividad claustrofóbica del crust no solo funciona, sino que refuerza el concepto de colapso, de ritual que sale mal, de trance que termina en derrumbe.
Brutalidad primigenia sin redención
Extinción no es un disco amable. Tampoco es didáctico. No hay moraleja. Es un disco que explora el origen del ser humano desde lo físico, lo violento, lo trágico. A veces es contemplativo, otras veces es un ataque directo. Pero nunca es gratuito. El sonido, los efectos, las letras, el orden de los temas… todo apunta a una idea muy clara: la prehistoria como espejo oscuro de nuestro presente.
Las influencias de thrash, d-beat, crust y sludge no son adorno, son herramientas para expresar diferentes formas de miedo y agresividad. Cada estilo funciona como una pieza del puzzle emocional: lo onírico, lo animal, lo mecánico, lo espiritual, lo apocalíptico.
Como le dije a una colega:
Si alguien hiciera un Prince of Persia: Warrior Within, pero ambientado en la prehistoria más brutal y alucinada, Bifäz sería la primera banda a la que habría que llamar para la banda sonora.
Iñaki Lecuna – La Guardilla Podcast